Ánder tiene una nueva prima. Su nueva prima vino como él: un tiempo después de haber nacido. Así que se supone que también ha sido apartada de su auténtica familia, acogida en una Instituciónparaniñossinpersonasquesehagancargodeellassinquemediedinero perteneciente a algún Estado central o federal, y esperado a que alguien quiera sustituir a quien debía de haberse hecho cargo de hacerla feliz.
La diferencia está en que su nueva prima esperó más tiempo que él, bastante más tiempo, en realidad. Es alta, guapa y nadie dice de ella que está muy espabilada, quizá porque todo el mundo piensa que lo es. También mira de reojo con un gesto de desconfianza que a sus pocos años no puede esconder el miedo que hay detrás. Debe de tener mucho miedo y fiarse mucho de sus padres para haber recorrido el mundo entero para llegar junto a ellos.
Además se diferencia de Ánder en que todo el mundo se ha alegrado de su presencia, todo el mundo quiere conocerla y romper esa barrera de desconfianza que hay en sus ojos, ganarse una sonrisa suya. Cuando uno es niño eso es fácil, basta con no echarle la culpa de esa forma de mirar y el niño se derrite. No lo pueden evitar, les gusta tanto ser felices que atrapan las oportunidades de serlo tan rápido y tan fuerte que a veces las rompen. Pero en la vida hay tantas que si las rompen no importa.
Los padres de la nueva prima de Ánder están muy felices con sus nuevas preocupaciones. Cuando quieres a alguien crees que las oportunidades de ser feliz las dispones tú en su vida, cuando lo que pasa es que las que podemos ofrecer a los demás son las menos que van a tener. Sólo podría decirles que eso es algo que notas cuando miras a la gente que quieres, pero como seguro que ya lo van a leer en algún libro o que tendrán a alguien más inteligente que yo que se lo cuente, pues mejor les miraré yo a ellos.
Ánder aún no ha conocido a su nueva prima. Cuando ésta llegó, Ánder dormía con sus abuelos. Se perdió la alegre acogida de todos. Quien no pudo estar, llamó por teléfono para decirles que estaban muy contentos, incluso lo hicieron quienes en realidad no estaban contentos, pero en las fiestas no se distingue a quien dice la verdad de quien miente. El caso es que los padres de la nueva prima de Ánder echaron de menos a quien no les dijo que estaba contento. Y lo hicieron notar discretamente, porque son muy elegantes y no queda bien que el anfitrión diga cosas tristes.
Yo, que soy un poco envidioso, no pude evitar acordarme de cuando llegó Ánder. No le llamó nadie para decirle que estaba muy contento de su llegada e incluso hubo quien se sintió ofendido por su presencia, quien se ha negado a conocerle o simplemente verle. En realidad, no recibimos ninguna llamada, porque tampoco la esperábamos. Llamamos a quienes creían que se iba a alegrar por su nuevo familiar y no echamos de menos a quien no respondió o a quien respondió con modales condescendientes o directamente groseros. No sé si esto pone a Ánder en una posición de inferioridad, el no esperar nada de quien no está dispuesto a llegar. Tampoco sé porqué las mismas personas que se alegran por la nueva prima no hicieron lo mismo por Ánder.
Lo que sí sé es que de todas las personas que ignoraron a Ánder, no faltó ninguno para ser cortés en la nueva ocasión de bienvenida. Hay tantas oportunidades de pasarlo bien que lamentar las que se nos escapan es algo que no hace ni el niño más torpe. Y, como digo, el creerse que esas oportunidades las ponemos nosotros, pues bueno, no sé si es cierto. Lo que sí es seguro es que hacer daño a los demás es tan fácil que no se necesita ningún tipo de talento para ello, cuando cualquiera puede hacerlo.