martes, 26 de mayo de 2009

perdón y olvido

Creo que era el expresidente Suárez quien acuñó aquella frase de "perdono pero no olvido". Seguro que alguien la dijo antes, no sé. El caso es que esta frase se me ocurre a veces, cuando tengo la sangre encendida. Se me enciende más a menudo de lo que sería razonable, así que se me enciende por cuestiones inanes, quiero decir. Una de las cosas que más me sacan de mis míseras casillas es comprobar cómo Ánder aprovecha siempre para desobedecerme cuando hay gente delante, especialmente si es alguien a quien acaba de conocer. Sabe que no le reñiré o que, si lo hago, lo haré de una manera más suave de lo habitual. Nada de "hijo, ¿la tontería no te deja oír?, porque si quieres te la sacamos rápido" ni macarradas por el estilo. De hecho, seguramente acabará en mis brazos para impedir que salga corriendo mientras el desconocido dice alegremente que es un torbellino. Entre un torbellino y un tonto, prefiero el tonto, que al menos vivo más tranquilo y tiene más arreglo.

Siempre que acabo riñendo a Ánder en esas circunstancias le llamo tonto, no para castigarle, si no para molestar a la persona que está delante, que a fin de cuentas a Ánder tanto le da una cosa que la otra. En contraposición, esa persona siempre acaba diciendo lo de que Ánder está muy espabilado o me mira a mí y dice qué listo es. Estos juegos me sacan de quicio, como digo. Hoy acabé pensando que por mucho que haga mi hijo lo más que va a sacar de la vida es que alguien diga que "qué mérito tiene, siendo down, qué espabilado está" o algo por elestilo. Da igual que haga exactamente lo mismo que el resto de niños del mundo o mejor incluso. Que sea más listo, más rápido o más bueno. Lo mejor que dirán de él es que lo hace muy bien para ser down.

En un programa de televisión de ésos de nuevos talentos salió en cierta ocasión un adolescente bailando. No lo hacía mal e incluso tenía aciertos llamativos para un aficcionado. El caso es que llegó a la final y allí fue eliminado. Normal, eliminaban a la mayoría y todos los casos eran tristísimos. Lo que me llamó la atención fue que el jurado, para justificar su eliminatoria, le explicó al rapaz que la vida del bailarín era muy dura y que él no tenía porque pasar por ello, que podía seguir disfrutando del baile sin necesidad de pasar a la siguiente etapa del concurso, ya de preparación para profesionales. El tono fue muy amable, cariñoso y afectivo, respetuoso, pero el fondo me parece terrible. ¿Acaso el chico no había pensado antes de presentarse lo que necesitaba o lo que le gustaba? ¿Su necesidad de fama televisiva era menor que la de sus compañeros? ¿Tenía menos fundamento? ¿Tenía menos oportunidades no por como bailaba (respecto de lo que no dijeron nada) si no por otro motivo que no se atrevió nadie a decirle? Ni siquiera le dieron la dignidad de decirle directamente que, al tener síndrome de Down, no merecía lo mismo que sus compañeros cantantes, malabaristas y bailarines. Que con una pensión del Estado podría arreglarse hasta el final de sus días, agarrarse a su minusvalía y vivir conforme a ella, sin interferir en la vida de las personas normales, pretendiendo ocupar una de sus plazas. Que coleccione sellos, baile o se enamore de Leticia Sabater, tanto da, mientras lo haga en la privacidad de su habitación. Y si sale de su privacidad, que sea respetando el esfuerzo y el trabajo de los demás, que ése sí sirve para algo, sí que responde a una necesidad vital y social de realización por medio de la productividad. No es comparable el esfuerzo y el sacrificio de un muchacho que estudia una carrera universitaria o que aprende a arreglar automóviles o a jugar al fútbol con el esfuerzo de un down, que estará siempre dirigido a imitar al de los normales, pero sin su objetivo social. El síndrome de down condena a quien lo vive a no tener expectativas sociales dignas, de autonomía personal, de toma de decisiones individuales. Eternamente infantilizado, poque nunca sabrá exactamente lo que le conviene. Puede imitar a los adultos pero nunca igualarlos.

No es de extrañar que pueda perdonar a la gente delante de la cual tengo que reñir a Ánder, pero no puedo olvidar el porqué tengo que perdonarles constantemente. Como digo, tengo el carácter soliviantado.

1 comentario:

Ana Pastor dijo...

A mi me reventaba cuando hay un hombre maduro de 50 años con down y todo el mundo dice "el niño".
Pero como a mi gusta darle la vuelta a la tortilla si con 50 años me llaman la niña me voy a poner de un contento.

 
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