lunes, 29 de abril de 2013

Ánder en primaria

Ánder ya está en primaria. De hecho ya lleva casi un curso entero en primaria y creo que ya es el momento de hacer algunas reflexiones. Lo primero que se me ocurre es que me emociona comprobar el esfuerzo tan grande que se hace en los colegios para discriminar y aminorar a los niños. Desde que empezó el curso a Ánder le han apartado de sus compañeros por lo menos tres horas a la semana. Por si algún compañero no supiera que sacan a Ánder porque no es capaz de seguir las lecciones, durante otras tres horas a la semana meten en el aula a un segundo profesor para que haga destacar sus dificultades sentándose a su lado y corrigiendo sus errores. Esto como mínimo, porque hay infinidad de detalles a lo largo del día en los que se destaca su diferencia, haciéndola sobresalir no como tal diferencia, sino como déficits, incapacidades. Hay que "ayudar" a Ánder a "superar" sus dificultades, hay que "apoyar" a Ánder porque "no es capaz". Alguna vez he mencionado que las personas buenas son las más perjudiciales para Ánder, las que más le humillan y le dificultan su desarrollo. Desde que está en primaria he podido comprobar que el sistema también puede ser "bueno". Han metido a Ánder en un sistema "bueno".

Eso sí, siempre le dejan la puerta abierta a que si se esfuerza mucho y trabaja duro podrá estar con sus compañeros todo el tiempo y se le podrán retirar esos apoyos tan fantásticos, como impedirle hacer los mismos ejercicios que el resto de los alumnos de su clase. Nadie sabe si podrá hacerlo o no porque nadie se ha molestado en enseñarle a hacerlos. Por supuesto, para muchos de sus profesores es "evidente" que no es capaz y es una pérdida de tiempo, incluso un engaño, el pretender que pueda hacerlos. Ya me han hecho saber personalmente que sus éxitos son en realidad ejercicios realizados por mí, no por el niño, que es incapaz de hacerlos solo. Y así todo todo el día.

Y esto es el punto de partida. Por supuesto algo de razón habrá en todo ello porque sinceramente pensé que no sería así, pero también pensé que como su padre tengo derecho a conocer los detalles de su educación y a participar en ella más allá de aportar un número de cuenta corriente, pero también me hicieron saber personalmente que esto no es así, que la educación de Ánder es "prerrogativa" del colegio. Y ni siquiera puedo conocer la educación que le están dando. Y mejor no discutir demasiado este punto, puesto que estoy a un paso de convertirme en un excéntrico, en la evidente explicación de los problemas de su hijo simplemente oyéndome hablar. Mejor ser una "persona normal", de los que no se meten en lo que no les importa.

Ingenuamente pensé que Ánder tenía derecho a una buena educación, a la mejor que se le pueda dar. A lo que tiene derecho es a clases de cuarenta y cinco minutos en los que quince se dedican a la explicación en la pizarra de tiza, otros quince a ensayar lo explicado y otros quince a corregir los ensayos. Y a quien no le valga pues le sacan de clase, para que no sienta estúpido por no ser capaz de seguir el ritmo. Esperar que el derecho de mi hijo a ser educado está  por encima del derecho del profesor a dar la clase de toda la vida y que éste tiene la obligación de buscar alternativas para integrar a mi hijo en el desarrollo de las clases es muestra de inocencia bobalicona por mi parte.

Imaginar que pueda haber dinámicas de clases que fomenten el trabajo en grupo, la colaboración y no la competitividad (el más listo es el que entiende y realiza los ensayos correctamente en menos tiempo, ya el profesor se encargará de hacer notar quien es para premiar la excelencia), que pueda haber sistemas de enseñanza que fomenten el trabajo autónomo no dependiente de las palabras del "dueño del conocimiento", que no impliquen fracasos, si no retos, puesto que la vida no ofrece fracasos a quien se esfuerza, cosa que sí sucede en las escuelas, todo ello son utopías sin base ninguna en la realidad del colegio de primaria al que Ánder asiste. O, más bien, en el que dejo al pobre niño todas las mañanas y le digo que se lo pase bien y se ría todo lo que pueda, porque sigo pensando que lo más divertido que puede hacer un niño es aprender. Más que un festival de Bob Esponja o que montar en bicicleta, y que si les enseñamos lo contrario es porque Bob Esponja y la bicicleta llevan una etiqueta de precio mientras que el aprender no, el aprender es gratis, como los besos. Y por eso también enseño a Ánder a dar muchos besos a todo el mundo, pero él cada vez da menos, porque a los niños que quieren ser mayores y listos no les gustan los besos.

Creo que lo estoy haciendo fatal. Probablemente el auténtico problema de Ánder sea el que me empeño en que es el mundo el que tiene que adaptarse a Ánder y no al revés, porque Ánder no tiene nada malo, mientras que veo al mundo lleno de defectos. Será amor de padre, supongo.

viernes, 22 de junio de 2012

la única diferencia

Ahora que Ander va a comenzar su etapa en educación primaria se me ocurren un par de ideas. La primera es que Ánder comienza con una clara desventaja. Esta desventaja no nace de su síndrome de Down, si no de la adaptación curricular que le van a hacer en el colegio, aunque sus padres no lo queramos. Esta adaptación consiste basicamente en que a Ander no le van a enseñar los mismos contenidos que a sus compañeros, le van a enseñar menos. El motivo es que el colegio considera que Ander no tiene la capacidad suficiente. Esto me aterra, como creo que puede comprender cualquiera. Principalmete este terror nace del desprecio que supone para Ander, del desprecio del Ander "ciudadano". Ander va a crecer intelectualmenbte, fisicamente, moralmente, queramos o no. Pero el Ander ciudadano no tiene porque crecer si no se le perimte. Y esta diferenciación respecto a su sociedad de iguales, esta disminución de sus exigencias es el primer paso para empequeñecerle como ciudadano, como perosna que vive en sociedad y que tiene que responder ante ésta, que tiene que aportar lo mismo que sus conciudadanos. Y su primer paso en la escolarización es encogerle sus obligaciones y, por lo tanto, sus derechos. Basta coger un manual de hace veinte años para darse cuenta de que Ander ha cumplido con todas las expectativas que se esperaban de un deficiente mental de entonces. Y esta lección no le ha servido a ninguno de los responsables de su educación, que siguen viendo el libro y no al niño. En lugar de plantearse que probablemente los límites de Ander están por definir, utilizan el mismo criterio y caen en el mismo error y en el mismo buenismo cruel, inconsciente, egoista y economicamente interesado de quien creía que con no hacerse daño a si mismo un niño con síndrome de down tenía la mayor parte del camino recorrido.

Es humillante pensar que Ander no puede lograr lo mismo que cualquier ser humano. Cualquiera tiene derecho a pensar que realmente puede llegar a ser neurocirujano, futbolista o primer ministro. Cualquiera de esos sueños son legítimos y hermosos y debemos animar y facilitar el camino a cualquier persona para que pueda cumplirlos, tenga seis años o sesenta y seis. Pero no si es Ander. Si es Ander se considera una pérdida de tiempo el embarcarse en ese proyecto, una crueldad que sólo le puede hacer sufrir. Si un niño es pobre y el banco persigue a sus padres, le dirán que se fije en Amancio Ortega, el hombre más rico de Europa y que en su infancia le negaban la comida en las tiendas de su barrio por la acumulación de deudas. Que cuando empezó a trabajar tenía que coser los bolsillos de las batas que vendía porque se los comían los ratones. Su modelo será un único caso entre los millones de pobres de Europa. Y cuando no sea rico pero pueda vivir desahogadamente considerará que valió la pena el esfuerzo. Pero en el caso de Ander le dicen de antemano que a lo máximo que va a llegar es a vivir un poco menos que desahogadamente. Lo de Ortega es una broma cruel si se la cuentan a él, pero un modelo para el resto. Y con esto comienza a funcionar en su vida académica sin haber empezado a dar un solo paso todavía. Con la infantilización de sus expectativas. Nunca será un adulto completo, autónomo y responsable si no puede fracasar y frustrarse porque esas experiencias son parte de la vida y son igual de hermosas y terribles que las demás. El evitárselas le idiotiza y le devuelve una vida mezquina que acabará por convertirle en mezquino. El hacerle ver que nunca alcanzará el nivel de sus compañeros, que nunca podrá aportar lo mismo que ellos es lo más horrible que le han hecho a Ander desde que le conozco.

La otra idea que se me viene a la cabeza es que el sistema educativo al que va a entrar Ander exige un cierto grado de fracaso. Si todos los compañeros de Ander y él mismo obtuvieran notas sobresalientes de manera constante, el resultado sería que subiría el nivel de exigencia del sistema hasta lograr cierto grado aceptabe de fracaso general. Entre un diez y un veinte por ciento de niños fracasados se considera aceptable y sano. Una "buena clase" de veinticinco niños puede tener cinco niños fracasados para seguir siendo "buena". Y esa selección de cinco niños no va a depender de la capacidad intelectual de los niños ni de su capacidad de trabajo, de su bondad o de sus ganas de aprender. Va a depender basicamete del nivel económico de sus padres y del tiempo que dispongan éstos para pasarlo con sus hijos en tareas escolares. Unicamente de esto. Si trabajas diez horas diarias y no tienes tiempo de estar con tus hijos, éstos van a fracasar en la escuela, si no tienes un apoyo que compense esta carencia. Si no tienes dinero estadisticamente es más probable que tu hijo fracase. El resto, las habilidades de tus hijos, sus expectativas o sus ganas no cuentan. Así pues, lo mínimo que podían hacer con Ander es agradecerle que ocupe esa plaza de antemano. Ya sólo quedan cuatro.

lunes, 4 de julio de 2011

botar de menos

Hai un par de anos marchou Carliños, que non tiña nin trinta. O xoves marchou Ramón, que xa tiña trintaeseis, nin un máis nin un menos. Ana e Moncho libraron polos pelos e nunca volveron a selos mesmos. Se un descoñecido non te pode dar unha ostia cando tes sete anos, non estás preparado para que un traspés che leve a dignidade e a paciencia ós vintecinco. Quixera que os que marcharon estiveran aquí. Non para chamalos ou tomar café con eles, so quero saber que o podería facer, que so depende de ter ganas de facelo e non dunha miragre imposible. Quixera saber qué dicir ós que quedan ou qué me dicir a min mesmo, atopar nun libro unha frase ou lembrar algo intelixente que me dera consolado nalgún outro momento. Pero tal cousa non existe ou non son quen de atopalo, que é o mesmo. Lembro a Carlos, que morreu cando durmía, e a Juan Carlos, que estudaba Filosofía e deu unha ostia no coche. Non hai moito que filosofar cando pasa algo así, supoño. Todos eran mozos guapos e fortes, tan alegres que a súa ausencia doe polo contraste. Era desa xente que che facía rir aínda que non quixeras. Ou ó mellor non eran así e simplemente é que eran mozos alegres, dos que che fan rir sempre, que nunca falan mal de ningures e que teñen tanto tempo por diante que o perden axudando ós demáis. Non sei por onde conas andarán, pero o que deixaron aquí é tan bo que me gusta moito, aínda que non estean eles para compartilo. Pero hai días nos que me gustaría que estiveran so un ratiño nada máis; poderlles mandar un SMS que aínda que non contestaran, saber que a mensaxe chega a algures.

martes, 23 de febrero de 2010

la nueva prima

Ánder tiene una nueva prima. Su nueva prima vino como él: un tiempo después de haber nacido. Así que se supone que también ha sido apartada de su auténtica familia, acogida en una Instituciónparaniñossinpersonasquesehagancargodeellassinquemediedinero perteneciente a algún Estado central o federal, y esperado a que alguien quiera sustituir a quien debía de haberse hecho cargo de hacerla feliz.


La diferencia está en que su nueva prima esperó más tiempo que él, bastante más tiempo, en realidad. Es alta, guapa y nadie dice de ella que está muy espabilada, quizá porque todo el mundo piensa que lo es. También mira de reojo con un gesto de desconfianza que a sus pocos años no puede esconder el miedo que hay detrás. Debe de tener mucho miedo y fiarse mucho de sus padres para haber recorrido el mundo entero para llegar junto a ellos.


Además se diferencia de Ánder en que todo el mundo se ha alegrado de su presencia, todo el mundo quiere conocerla y romper esa barrera de desconfianza que hay en sus ojos, ganarse una sonrisa suya. Cuando uno es niño eso es fácil, basta con no echarle la culpa de esa forma de mirar y el niño se derrite. No lo pueden evitar, les gusta tanto ser felices que atrapan las oportunidades de serlo tan rápido y tan fuerte que a veces las rompen. Pero en la vida hay tantas que si las rompen no importa.


Los padres de la nueva prima de Ánder están muy felices con sus nuevas preocupaciones. Cuando quieres a alguien crees que las oportunidades de ser feliz las dispones tú en su vida, cuando lo que pasa es que las que podemos ofrecer a los demás son las menos que van a tener. Sólo podría decirles que eso es algo que notas cuando miras a la gente que quieres, pero como seguro que ya lo van a leer en algún libro o que tendrán a alguien más inteligente que yo que se lo cuente, pues mejor les miraré yo a ellos.


Ánder aún no ha conocido a su nueva prima. Cuando ésta llegó, Ánder dormía con sus abuelos. Se perdió la alegre acogida de todos. Quien no pudo estar, llamó por teléfono para decirles que estaban muy contentos, incluso lo hicieron quienes en realidad no estaban contentos, pero en las fiestas no se distingue a quien dice la verdad de quien miente. El caso es que los padres de la nueva prima de Ánder echaron de menos a quien no les dijo que estaba contento. Y lo hicieron notar discretamente, porque son muy elegantes y no queda bien que el anfitrión diga cosas tristes.


Yo, que soy un poco envidioso, no pude evitar acordarme de cuando llegó Ánder. No le llamó nadie para decirle que estaba muy contento de su llegada e incluso hubo quien se sintió ofendido por su presencia, quien se ha negado a conocerle o simplemente verle. En realidad, no recibimos ninguna llamada, porque tampoco la esperábamos. Llamamos a quienes creían que se iba a alegrar por su nuevo familiar y no echamos de menos a quien no respondió o a quien respondió con modales condescendientes o directamente groseros. No sé si esto pone a Ánder en una posición de inferioridad, el no esperar nada de quien no está dispuesto a llegar. Tampoco sé porqué las mismas personas que se alegran por la nueva prima no hicieron lo mismo por Ánder.


Lo que sí sé es que de todas las personas que ignoraron a Ánder, no faltó ninguno para ser cortés en la nueva ocasión de bienvenida. Hay tantas oportunidades de pasarlo bien que lamentar las que se nos escapan es algo que no hace ni el niño más torpe. Y, como digo, el creerse que esas oportunidades las ponemos nosotros, pues bueno, no sé si es cierto. Lo que sí es seguro es que hacer daño a los demás es tan fácil que no se necesita ningún tipo de talento para ello, cuando cualquiera puede hacerlo.

lunes, 22 de febrero de 2010

la tortuga conchita

La tortuga Conchita vino del colegio con Ánder el viernes de Carnaval, dentro de una maleta naranja y con Ánder vestido de Cristobal Colón. Ese mismo día también vinieron lo abuelos de Ourense, pero en tren. Cuando Ánder llegó a su casa se encontró a sus abuelos y corrió a darles un beso, sobre todo al abuelo, al que besaba y abrazaba cuando le decían "llegaron los abuelos, dales un beso".

Ese fin de semana Ánder se disfrazó y casi no vió a Conchita, porque pasó todo el día con los abuelos. Bañarse, bajar al parque (sólo un rato, porque hacía mucho frío), jugar con su hermana. Al día siguiente volvió a ser lo mismo. Como vinieron los abuelos, jugaba en casa, un rato en el parque (no mucho, porque llovía), comía y dormía la siesta. Y así toda la semana, que los abuelos no viene muy a menudo y hay que aprovecharlos.

Los abuelos de Ánder son muy buenos y lo hacen todo. No saben vivir sin trabajar, limpiando, cocinando, fregando, volviendo a cocinar y a fregar y después barrer la casa. Cuando vienen a visitar a Ánder, él y su hermana duermen con los abuelos. Ánder con el abuelo, que habla muy poco, igual que Ánder (hay quien piensa que por eso se llevan tan bien, pero también hay quien piensa que es porque a los dos les falta el pelo), y la hermana de Ánder duerme con la abuela. En casa hay otras camas, pero a la abuela le gusta dormir con la hermana de Ánder, así que para no dejarle solo, también Ánder se mete en la cama con todos.

La abuela está siempre pendiente de sus nietos. Si tienen ganas de hacer pis, de la ropa que se tienen que poner, de dónde guardan sus zapatillas, de dónde han colgado sus batas o sus abrigos, de que no se manchen, de que no manchen los muebles, de que duerman la siesta, de recoger sus juguetes.

Como Ánder no sabe hablar todavía, no sabemos si les agradece a sus abuelos tantos desvelos, pero lo que es seguro es que como ellos están pendientes de todo, Ánder aprovecha para fijarse en lo que realmente le interesa: en el ruido que hacen las cosas cuando caen, en lo que su hermana tiene en las manos, en los juguetes pequeños de plástico que guarda bajo la cama, en lo lejos que puede tirar la pelota. La vida se le hace muy complicada, porque cuando más interesado está, le llaman para comer y los abuelos le dan de comer y después le dicen que duerma la siesta con la telenovela. Pero a Ánder no le importa porque sabe que los días son muy largos y siempre tendrá una oportunidad para dedicarse a las cosas importantes. Lo bueno de dormir la siesta es que uno se acuesta más tarde y hasta puede ver los dibujos de la tele de Bob Esponja, mientras los mayores hablan.

Para que no le mareen, Ánder deja que sea su hermana quien le explique estas cosas a los demás. Suele hacerlo bastante bien, porque siempre le pregunta lo que quiere y siempre sabe donde está o lo que está haciendo o porque está haciendo lo que hace. Pero a veces no lo sabe y opina como la abuela, que Ánder es un caradura que no hace caso de los demás. Está acostumbrado a que se lo digan y lo prefiere a que le digan que no sabe lo que está haciendo y no le dejen hacerlo. Pero otras veces piensa que tanto da una cosa que otra, porque al final siempre tiene que dejar lo que hace para atender a los demás. Menos mal que sabe que no hay mal que no se arregle con una sonrisa y con una buena comilona de lentejas.

Los días que estuvieron los abuelos en casa, los padres de Ánder no estuvieron mucho por allí. Llegaban tarde de trabajar, pero el poco tiempo que estaban aprovechaban para jugar con Ánder y con su hermana, como los abuelos se ocupaban de todo lo demás, no tenían que estar pendientes de cocinar o de limpiar. Eso sí, a veces le decían a Ánder y a su hermana que no hiciera el tonto, que no se podían olvidar de recoger sus juguetes ni de guardar su ropa. En esos momentos Ánder miraba de reojo a sus abuelos, con gesto entre culpable y suplicante.

Al final de la semana vinieron los tíos y las primas de Madrid, y Ánder aprovechó para decirles a su tío y a su tía todo lo que hacía. La comida que comía, el juguete que tenía, la ropa que llevaba. Además, la prima se quedó con su hermana y con él esa tarde entera y hasta durmió con ellos. Así que esa noche los abuelos durmieron solos, la prima y la hermana de Ánder en una cama y Ánder en otra. Por primera vez en toda la semana se despertaron temprano, aunque el resto del día fue igual. Bueno, igual no, porque estaba la nueva compañera de juegos, la prima, que juega a la pelota, a las muñecas, que monta los juguetes rotos y a veces les hace cosquillas y les persigue por la casa o Ánder les persigue a ellas.

Y así fue la semana de Conchita en casa de Ánder. Conchita no salió mucho, sobre todo porque cada vez que asoma la cabeza, la hermana de Ánder se apodera de ella, la achucha y hasta duermen juntos (no es la primera vez que Conchita viene a su casa). A cambio de poder jugar en exclusiva con Conchita, la hermana de Ánder le deja todos los demás juguetes que tienen. Y como tienen un montón y su hermana escarva en los rincones más inesperados, siempre encuentra alguno que a Ánder le gusta mucho. Así que en realidad agradece a su hermana que juegue con Conchita. Ánder sabe que siempre habrá una Conchita que le permitirá deambular a su ritmo, con la muñeca favorita de su hermana en una mano y una galleta de chocolate en la otra.

martes, 26 de mayo de 2009

no lo soporto

Hay cosas que no soporto. Lo intento, pero no lo soporto. Sé que ellos tampoco me soportan a mí, así que creamos entre ambos una espiral de idiotez que difícilmente podremos parar. No soporto a la gente que no traga a mi hijo. Creo que es legítimo, así que no pienso cambiar. Hay quien abiertamente declara que no desea ni cruzarse con él por la calle, que le tuerce la cara y que aparta a sus hijos de él. Hay quien presume de lo mucho que le quiere pero que es incapaz de visitarle cuando está ingresado en el hospital. Quien no se acuerda de él más que para preguntar cómo va lo suyo, quien cuestiona mi paternidad y su filiación, quien preferiría que no estuviese aquí, quien le culpa de ser tan maravilloso, quien le minimiza sus pasos, quien le pone zancadillas, quien deja a sus hijos que le peguen, porque es la manera en que los machotes demuestran su cariño, quien se le queda mirando sin respeto ninguno, quien le grita al hablar, quien le quita los juguetes y le da un palo o un cartón, quien se ríe de él, quien esconde a su hija recién nacida, quien dice que no sabe cómo tratarle, quien le hace regalos de tres euros o no se acuerda de él, quien se cree que conoce su futuro y su pasado como el que lo lee en el Caso.

Sé que debiera de soportarles, que quizá no sean tan malos como me lo parecen, pero es algo que me puede, algo irracional. Puedo hasta sonreirles o callarme en su presencia. Pero no los soporto. La gente que conoce a mi hijo más que yo, que opinan de él por lo menos relevante y lo que menos les importa. Me parecen ignorantes presuntuosos que esconden su falta de formación intelectual y humana bajo un complejo de inferioridad. Me parece que no saben ni quieren saber, que se creen tener la verdad y sólo tienen la necesidad de contarla. Me parece que se suben a una torre de nobleza y sinceridad desde la que escupir a los transeuntes.

No les soporto y, sin embargo, cuando miro a mi hijo, no sé porqué, les quiero.

perdón y olvido

Creo que era el expresidente Suárez quien acuñó aquella frase de "perdono pero no olvido". Seguro que alguien la dijo antes, no sé. El caso es que esta frase se me ocurre a veces, cuando tengo la sangre encendida. Se me enciende más a menudo de lo que sería razonable, así que se me enciende por cuestiones inanes, quiero decir. Una de las cosas que más me sacan de mis míseras casillas es comprobar cómo Ánder aprovecha siempre para desobedecerme cuando hay gente delante, especialmente si es alguien a quien acaba de conocer. Sabe que no le reñiré o que, si lo hago, lo haré de una manera más suave de lo habitual. Nada de "hijo, ¿la tontería no te deja oír?, porque si quieres te la sacamos rápido" ni macarradas por el estilo. De hecho, seguramente acabará en mis brazos para impedir que salga corriendo mientras el desconocido dice alegremente que es un torbellino. Entre un torbellino y un tonto, prefiero el tonto, que al menos vivo más tranquilo y tiene más arreglo.

Siempre que acabo riñendo a Ánder en esas circunstancias le llamo tonto, no para castigarle, si no para molestar a la persona que está delante, que a fin de cuentas a Ánder tanto le da una cosa que la otra. En contraposición, esa persona siempre acaba diciendo lo de que Ánder está muy espabilado o me mira a mí y dice qué listo es. Estos juegos me sacan de quicio, como digo. Hoy acabé pensando que por mucho que haga mi hijo lo más que va a sacar de la vida es que alguien diga que "qué mérito tiene, siendo down, qué espabilado está" o algo por elestilo. Da igual que haga exactamente lo mismo que el resto de niños del mundo o mejor incluso. Que sea más listo, más rápido o más bueno. Lo mejor que dirán de él es que lo hace muy bien para ser down.

En un programa de televisión de ésos de nuevos talentos salió en cierta ocasión un adolescente bailando. No lo hacía mal e incluso tenía aciertos llamativos para un aficcionado. El caso es que llegó a la final y allí fue eliminado. Normal, eliminaban a la mayoría y todos los casos eran tristísimos. Lo que me llamó la atención fue que el jurado, para justificar su eliminatoria, le explicó al rapaz que la vida del bailarín era muy dura y que él no tenía porque pasar por ello, que podía seguir disfrutando del baile sin necesidad de pasar a la siguiente etapa del concurso, ya de preparación para profesionales. El tono fue muy amable, cariñoso y afectivo, respetuoso, pero el fondo me parece terrible. ¿Acaso el chico no había pensado antes de presentarse lo que necesitaba o lo que le gustaba? ¿Su necesidad de fama televisiva era menor que la de sus compañeros? ¿Tenía menos fundamento? ¿Tenía menos oportunidades no por como bailaba (respecto de lo que no dijeron nada) si no por otro motivo que no se atrevió nadie a decirle? Ni siquiera le dieron la dignidad de decirle directamente que, al tener síndrome de Down, no merecía lo mismo que sus compañeros cantantes, malabaristas y bailarines. Que con una pensión del Estado podría arreglarse hasta el final de sus días, agarrarse a su minusvalía y vivir conforme a ella, sin interferir en la vida de las personas normales, pretendiendo ocupar una de sus plazas. Que coleccione sellos, baile o se enamore de Leticia Sabater, tanto da, mientras lo haga en la privacidad de su habitación. Y si sale de su privacidad, que sea respetando el esfuerzo y el trabajo de los demás, que ése sí sirve para algo, sí que responde a una necesidad vital y social de realización por medio de la productividad. No es comparable el esfuerzo y el sacrificio de un muchacho que estudia una carrera universitaria o que aprende a arreglar automóviles o a jugar al fútbol con el esfuerzo de un down, que estará siempre dirigido a imitar al de los normales, pero sin su objetivo social. El síndrome de down condena a quien lo vive a no tener expectativas sociales dignas, de autonomía personal, de toma de decisiones individuales. Eternamente infantilizado, poque nunca sabrá exactamente lo que le conviene. Puede imitar a los adultos pero nunca igualarlos.

No es de extrañar que pueda perdonar a la gente delante de la cual tengo que reñir a Ánder, pero no puedo olvidar el porqué tengo que perdonarles constantemente. Como digo, tengo el carácter soliviantado.
 
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